Por Santiago Castro, rector del Gimnasio del Norte.
Hace apenas dos meses, en la ciudad de La Plata, adquirí por 400 pesos, 4.000 pesos colombianos, una “Antología del ensayo filosófico joven en Argentina” y abrí una puerta al pensamiento, expresado en ensayos de jóvenes que rompieron esquemas y se dieron permiso para sentir, explorar y escribir. Uno o dos días después, caminando por una de las diagonales famosas de esa ciudad, la 77 según anoté, encontré otra librería: “Libros Lenzi”. Allí, como si algo o alguien me estuviera orientando, encontré una publicación de la que no tenía noticia: “Tres Ensayos sobre Nuestra América”, publicado en París, hacia 1962. Contiene los dos ensayos ganadores del premio “Cuadernos”, en el que fueron invitados a participar escritores latinoamericanos menores de 35 años y cuyo jurado estaba integrado, entre otros, por Germán Arciniegas, quien presenta los textos ganadores con el suyo propio: “NUESTRA AMÉRICA ES UN ENSAYO”.
Allí, expone un asunto al que no le prestamos suficiente atención: en América, el ensayo fue probablemente el primer género literario. La novela tuvo que esperar hasta el siglo XIX, las biografías quedaron relegadas a las crónicas de la conquista y el tratar de entender ese choque que generaron en lo que hoy hemos asumido como “América”, fue punto de partida. “América es ya, en sí, un problema, un ensayo de nuevo mundo, algo que tienta, provoca, desafía a la inteligencia”, escribía entonces Arciniegas. Hoy, al menos lo que hemos normalizado como América Latina, sigue siendo un problema, incluso para quienes expresan ese creciente orgullo latino que los hace a veces perder la cabeza, o al menos teñírsela de morado para ir al concierto de Karol G.
Sin embargo, me llama mucho la atención que en los textos escolares es poco o nada lo que se lee con relación a la historia de América. Yo vine a recorrer ese camino como estudiante del pregrado en Historia, en el que me tocó cursar Historia de América Latina siglo XIX, Historia de América Latina siglo XX y después, sigo sin entender por qué, Historia Colonial Comparada. Académicos estadounidenses y europeos nos ofrecían sus aportes y nosotros tomábamos atenta nota y escribíamos disertaciones a partir de allí.
De hecho, el libro sobre Historia de Colombia más vendido sigue siendo el de David Bushnell “Colombia, una nación a pesar de sí misma”, y sobre América Latina va en su novena edición el trabajo que iniciara hace cuatro décadas Thomas E. Skidmore “Modern Latin America”, que solo hasta su quinta edición incluyó un capítulo sobre Colombia, ese país que llamó la atención por todo aquello que queremos superar: violencia, narcotráfico y clientelismo. De hecho, orientan su reflexión en torno a la “paradoja colombiana”, un país que en medio de la guerra mantiene sus instituciones democráticas. Echandía lo llamaba un “orangután con sacoleva”.
Pues bien, en los colegios debemos replantear la forma como asumimos el debate en torno a las ciencias sociales y a la historia, que son cosas diferentes, por más de que algunos burócratas pretendan lo contrario. Ofrecer a nuestros estudiantes la posibilidad de pensar su región, América, no desde los marcos eurocéntricos o lo que hoy marca la cultura pop estadounidense; sino desde el pensamiento mismo que tuvo origen aquí. ¿Cuántos han tenido ocasión de leer los textos de Bolívar? ¿Cuántos los de San Martín? ¿Cuántos hemos compartido los reclamos y representaciones de tantos indígenas que hacían valer sus derechos como súbditos del imperio español? ¿Cuántos las cartas, cantos, bailes y resistencias de los africanos? ¿Las múltiples resistencias, pero también el mestizaje que tanto se sigue rechazando?
No se trata de más decretos y leyes que suelen servir para una foto y para alegar que así se cumple con sectores marginados. Todos sabemos que del dicho al hecho hay trecho. Se trata de repensar el ejercicio docente desde la educación básica y media, y poner los pies en “Nuestra América”, como sugería Martí, superando de una vez por todas la idealización de Cuba y de Nicaragua.
Hay que producir, es decir, leer, pensar y escribir. Ensayar, ofrecer caminos diferentes y divergentes. Complementar los textos obsoletos y gestar proyectos para que se viva en los ambientes de aprendizaje algo diferente. Por eso es tan importante el ensayo extendido, desparroquializar la teoría del conocimiento y promover actividades de reconocimiento y servicio en el territorio. Despiertan en niños y niñas la curiosidad, las ganas de ir más allá, de pensar y producir, desde el nuevo mundo, con la frente erguida.
Allí, expone un asunto al que no le prestamos suficiente atención: en América, el ensayo fue probablemente el primer género literario. La novela tuvo que esperar hasta el siglo XIX, las biografías quedaron relegadas a las crónicas de la conquista y el tratar de entender ese choque que generaron en lo que hoy hemos asumido como “América”, fue punto de partida. “América es ya, en sí, un problema, un ensayo de nuevo mundo, algo que tienta, provoca, desafía a la inteligencia”, escribía entonces Arciniegas. Hoy, al menos lo que hemos normalizado como América Latina, sigue siendo un problema, incluso para quienes expresan ese creciente orgullo latino que los hace a veces perder la cabeza, o al menos teñírsela de morado para ir al concierto de Karol G.
Sin embargo, me llama mucho la atención que en los textos escolares es poco o nada lo que se lee con relación a la historia de América. Yo vine a recorrer ese camino como estudiante del pregrado en Historia, en el que me tocó cursar Historia de América Latina siglo XIX, Historia de América Latina siglo XX y después, sigo sin entender por qué, Historia Colonial Comparada. Académicos estadounidenses y europeos nos ofrecían sus aportes y nosotros tomábamos atenta nota y escribíamos disertaciones a partir de allí.
De hecho, el libro sobre Historia de Colombia más vendido sigue siendo el de David Bushnell “Colombia, una nación a pesar de sí misma”, y sobre América Latina va en su novena edición el trabajo que iniciara hace cuatro décadas Thomas E. Skidmore “Modern Latin America”, que solo hasta su quinta edición incluyó un capítulo sobre Colombia, ese país que llamó la atención por todo aquello que queremos superar: violencia, narcotráfico y clientelismo. De hecho, orientan su reflexión en torno a la “paradoja colombiana”, un país que en medio de la guerra mantiene sus instituciones democráticas. Echandía lo llamaba un “orangután con sacoleva”.
Pues bien, en los colegios debemos replantear la forma como asumimos el debate en torno a las ciencias sociales y a la historia, que son cosas diferentes, por más de que algunos burócratas pretendan lo contrario. Ofrecer a nuestros estudiantes la posibilidad de pensar su región, América, no desde los marcos eurocéntricos o lo que hoy marca la cultura pop estadounidense; sino desde el pensamiento mismo que tuvo origen aquí. ¿Cuántos han tenido ocasión de leer los textos de Bolívar? ¿Cuántos los de San Martín? ¿Cuántos hemos compartido los reclamos y representaciones de tantos indígenas que hacían valer sus derechos como súbditos del imperio español? ¿Cuántos las cartas, cantos, bailes y resistencias de los africanos? ¿Las múltiples resistencias, pero también el mestizaje que tanto se sigue rechazando?
No se trata de más decretos y leyes que suelen servir para una foto y para alegar que así se cumple con sectores marginados. Todos sabemos que del dicho al hecho hay trecho. Se trata de repensar el ejercicio docente desde la educación básica y media, y poner los pies en “Nuestra América”, como sugería Martí, superando de una vez por todas la idealización de Cuba y de Nicaragua.
Hay que producir, es decir, leer, pensar y escribir. Ensayar, ofrecer caminos diferentes y divergentes. Complementar los textos obsoletos y gestar proyectos para que se viva en los ambientes de aprendizaje algo diferente. Por eso es tan importante el ensayo extendido, desparroquializar la teoría del conocimiento y promover actividades de reconocimiento y servicio en el territorio. Despiertan en niños y niñas la curiosidad, las ganas de ir más allá, de pensar y producir, desde el nuevo mundo, con la frente erguida.