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Educación y política por Santiago José Castro Agudelo

Educación y política por Santiago José Castro Agudelo
Rector del Gimnasio del Norte de Valledupar

A dos meses de las elecciones regionales, muy poco se habla sobre la política y mucho sobre la campaña electoral; cosas muy diferentes que, no obstante, se confunden y confunden. Algo similar ocurre cuando se mezclan clientelismo y repartija, con coalición de gobierno y formulación de políticas públicas para la eficiente ejecución presupuestal. Lo triste del asunto es escuchar comentarios salidos de tono en contra de algunos sectores de la clase política, no por su errática forma de proceder en la orientación de la economía nacional, sino porque no “reparten” suficiente. Todos quieren un pedazo más grande del pastel, pero no asumen que alguien deberá pagar por ello.

Frédéric Bastiat, economista y político francés del siglo XIX, insistía en que no es suficiente con tomar decisiones a partir de lo que se ve, de la inmediatez. Es clave tener en cuenta lo que no se ve. Yo lo relaciono también con el famoso sistema dos sobre el que escribe Daniel Kahneman en su famoso libro sobre pensar rápido y pensar despacio. La política debe transitar hacia el pensar a largo plazo, reflexionar, ofrecer debates con sólidos argumentos y evitar el populismo que sugiere hacer del estado una piñata. Famoso es el error de un político que prometió construir el puente sobre el río, para luego corregir y prometer que primero traería el río.

El asunto es trágico, pues en las aulas se repite una y otra vez el origen etimológico del término democracia y se pretende que una niña en cualquier ciudad pequeña de Colombia visualice el ágora como lugar de encuentro entre iguales. Si acaso aterrizará en la plaza de mercado donde entre tinto y tinto algún destello de lucidez sobre la política aparece, pero no mucho más. Caemos una y otra vez en lo que Immanuel Wallerstein expuso como “parroquialismo de la ciencia social” y no nos queremos dar cuenta. Muchos docentes ocupan horas hablando de la política desde el deber ser y solo generan malestar, pues exponen todo lo que no vivimos en nuestro día a día. La salida entonces es muy fácil: criticar a los políticos y culparlos de todos los males.

Pues bien, Robert Goodin sugiere que la política podría ser entendida como el ejercicio limitado del poder social. Harold Lasswell, por su parte, la definía como la acción a través de la cual se define quien se queda con qué, cómo y cuándo. Gaetano Mosca describía muy bien a la clase política, a la que consideraba una minoría muy bien organizada que, justamente por eso, se lograba imponer a una mayoría desorganizada. Friederich Hayek, anunciaba que a partir del ejercicio de la política por parte de unos pocos, que no aceptaban límite, que veían en el estado el encargado de definir la repartija, alegando justicia social, seguiríamos el camino más claro y rápido hacia la servidumbre.

¿Hablamos de esto cuando hablamos de política? No. Caemos en la nefasta normalización de aquello que vivimos y sufrimos. Se habla de contratos, puestos, favores, todo tipo de negocios. La ciudadanía no espera nada diferente. A fin de cuentas, en las aulas aprendieron que los políticos son así y si hay alguna que se sale de ese molde, hay que recordar aquella fase lapidaria y tan colombiana: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

¿Qué hacer? Pues, para empezar, promovamos desde los primeros años de educación la filosofía y la ciencia. Es decir, niños y niñas haciendo preguntas e iniciando reflexiones generales, para luego experimentar, observar y argumentar. Orientemos ejercicios de aprendizaje activo y participativo donde los intereses de todos y, a su vez, de cada uno, puedan y deban ser punto de partida. Evitemos que solamente repitan y tracemos un camino diferente al que recorrimos nosotros. “A mí me dieron varios chancletazos y no me hizo daño”, es una frase que suelo escuchar. Tanto daño les hizo que tienen el acto presente y tratan de validarlo. Pensamos que las letras se aprenden a punta de planas y que diferenciamos lo bueno de lo malo, a partir del castigo. Así de mal estamos. Nublamos el pensamiento de los más pequeños, imponiendo nuestros propios traumas, alegando que ya todo lo sabemos, porque así lo vivimos.

La política hace años salió de las aulas, o a lo mejor en Colombia nunca ha estado, y fue reemplazada por el dogma, la tiranía y la imposición. “Aprenda a obedecer para poder mandar” me decían a mí cuando era un niño. No aprendí lo primero y hoy detesto lo segundo. Obedecer no es lo mismo que acordar y acatar. “Porque yo digo y punto” es lo opuesto a preguntar “¿Qué piensas?” o “¿Cómo podríamos resolver esta situación?”.

La política no es acción de “los políticos”, es acción humana, acción libre, disenso, debate y, por supuesto, decisión. Implica tener en cuenta la posición y los argumentos del otro. Obliga a pensar en el futuro y no en la inmediatez. Exige entender que la sociedad y no el estado es la que genera riqueza. Todo esto es evidente para quien aprendió a leer, para quién desarrollo el pensamiento crítico, para quien desde la primera infancia cuestionó, participó, experimentó, resistió y acordó.

Cuando el ejercicio del poder no tiene límite es tiranía pura que solo se asienta… a chancletazos.